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QUIEN OLVIDA SU PASADO CORRE EL RIESGO DE REPETIR SUS ERRORES

2.6.23

Lejía La Montañesa, cuando la lejía se hacía en casa

Si hay un elemento muy valioso en la desinfección, éste es la lejía. "La Montañesa" era una de las fábricas que ofrecían estos productos, bajo su propia marca y también bajo la marca "Lejías Alonso", y como vemos en esta publicidad de los años 50 presumía de ser la más antigua de la ciudad, ni más ni menos que fundada en el año 1909.
La lejía, por su peligrosidad en manos inexpertas, debía estar embasada con cuidado y, de hecho, se aplicaban procedimientos muy parecidos a las bebidas alcohólicas, como la colocación de un timbre oficial que se adquiría en los estancos, y que en la época de los años 50 era precisamente de 50 céntimos (que debían pagar los fabricantes como impuesto).
Además de La Montañesa había marcas muy diversas, como El Canario, La Guipuzcoana, La Manuelita, El Chimbo, o El Campeón.
Como curiosidad, las botellas de vidrio eran retornables (el distribuidor recogía las botellas vacías, y dejaba las cajas con las nuevas) y el seguro de plomo que se colocaba en el tapón -que solía ser de corcho- lo solían recoger los chiquillos para vender a los chatarreros y sacarse "unas perras".
Como los productos químicos en la posguerra estaban muy racionados, en el mercado negro y de estraperlo la lejía podía alcanzar hasta tres veces su precio. Eso era un buen motivo para mirar muy mucho la cantidad que se arrojaba en el cubo de la limpieza, y aprovecharla al máximo.
A muchos les llamará la atención la enorme cantidad de marcas de lejía existentes en aquellos años en España, pero tenía su explicación: eran productos relativamente fáciles de fabricar, muchas veces con gran participación de operaciones artesanales (como mezclas y llenado), y dado que las comunicaciones no eran fáciles, se podían distribuidor por comarcas cercanas sin que tuvieran mucha competencia exterior. Tanto es así que algunos negocios eran familiares, aunque por imperativo legal apareciese la palabra de "fabricante" en el etiquetado debido a que, obviamente, debían estar inscritos en el registro de industria correspondiente.
A partir de los sesenta este panorama cambiaría, y la mejora de los vehículos y carreteras, así como la apertura paulatina del mercado, obligó a los pequeños fabricantes a desaparecer, aunque algunos lograron pervivir hasta los años setenta, e incluso en ciertos casos hasta los ochenta.


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