No sé si fue en esta publicación (o en alguna parecida, en todo caso) en donde publiqué hace ahora más de dos años, la anécdota que me había ocurrido mientras esperaba en una oficina de Correos. Os la resumiré por alto para refrescar la memoria: me encontraba haciendo cola en la mencionada sucursal, cuando un señor se adelanta con cara de pocos amigos y pide, ante la señorita del mostrador, una hoja de reclamaciones. A ésta se le transforma el gesto, le manda esperar, y avisa a la directora, una chica jovencita que, amable y gentilmente, le pregunta al hombre si en realidad puede hacer algo por él. Ese señor, con cara de circunstancias y gesto férreo, le replica que no, que solo quiere la hoja de reclamaciones que, por ley, tienen que darle, para denunciar que en aquella oficina solo haya dos personas atendiendo al público, y siempre se tengan que esperar largas colas.
El señor cumplimentó la hoja, la firmó, recogió el resguardo y se fue.
A ese cliente indignado no le faltaba razón: en aquella oficina de Correos siempre se producían largas colas, y tenías que esperar a que te atendieran durante bastante rato. Sin embargo no era algo específico de aquella agencia de Correos, en mi ciudad ocurre en todas. La única razón por la que yo solía ir allí - aunque me quedase más lejos que otras - era que te atendían con amabilidad. Sus trabajadoras - eran todas mujeres - te trataban gentilmente y siempre estaban dispuestas a ofrecerte su ayuda o asesorarte, algo muy poco habitual en el resto de oficinas.
Así que, tras la reclamación de aquel señor, cabría preguntarse: ¿cambió algo? ¿Emplearon a más personal para atender al público? ¿Las colas se redujeron? A todas esas preguntas habría que responder con un rotundo "no", y además no solo las colas siguen siendo tan notorias, e incluso más que antes, sino que encima si antes había dos personas atendiendo, ahora cuando he ido había sólo una.
Lo único para lo que sirvió la denuncia de aquel caballero - que no dudo que lo hiciera con sus mejores intenciones - fue para estropear las cosas. Ahora te atienden de forma menos amable, y de una manera más burda. No es difícil suponer lo que habrá pasado: desde el departamento de reclamaciones la denuncia llegaría al responsable regional, éste llenaría de improperios a sus subordinados, y el broncazo acabaría en quien menos culpa tendría: la simpática directora de la oficina. La culparían de llevar mal su gestión, de organizar mal las tareas, y un sin fin de historias que no quiero ni pensar. Así que entre uno y otro, "el buen rollo" y el buen ambiente que tenía en su trabajo se acabó y así, poco a poco, van quemando trabajadores.
El ciudadano "justiciero" que puso la reclamación seguramente llegaría a su casa satisfecho con el deber cumplido, aliviado tras haber dado la pataleta y sintiéndose un héroe. Pero ni mucho menos. Su gesto, su acción, ni hizo ni hará cambiar nada en Correos, y siendo como son, un ente monstruoso y gigante, ni les haría temblar. Pagaría los platos rotos el último mono, que en este caso era quien menos culpa tenía de todo.
¿Sirven protestas como éstas a compañías tan grandes? Si es para sentirte a gusto, pues sí, pero si es para que algo cambie, ni por asomo. Ni siquiera toca un ápice de los responsables últimos de Correos, ni de su dirección ejecutiva. Y como ocurre con las grandes corporaciones, los que salen peor parados son los que están sufriendo los embites y disgustos de los clientes a pie de calle. Quienes toman las decisiones en sus lujosos despachos, sentados en sus intocables sillones, ni se inmutan.
| Redacción: | Redacción: Estación Telegráfica / EstacionTelegrafica.blogspot.com / EstacionTelegrafica.com
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