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QUIEN OLVIDA SU PASADO CORRE EL RIESGO DE REPETIR SUS ERRORES

7.8.19

Una tierna anécdota de uno de los directores de telégrafos más recordados


Don Juan Montilla Adam, fue Director General de Correos y Telégrafos (una vez que ambos organismos, el de Correos, y el de Telégrafos, se hubieran fusionado) del 20 de marzo de 1894 a 27 de noviembre de 1894. Fue uno de los directores generales más admirados, y que dejó una huella imborrable entre los telegrafistas.

Era una persona humanista y caritativa, además de enormemente empática. Para demostrarlo, valga esta muestra sobre una anécdota que ocurrió en realidad, y que nos acerca a cómo era su carácter, y que Eusebio Blasco escribió en el "Heraldo de Madrid".






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El Jefe de sección dijo:

"EXPULSANDO del Cuerpo de Telégrafos a Don (aquí el nombre y el apellido del modesto funcionario), TELEGRAFISTA en la estación de Cañete por desfalco de veinticuatro pesetas...".

El Director levantó la mano, y exclamó:

- ¡La expulsión!

- Sí, señor, la expulsión; el Reglamento es terminante; este telegrafista no puede continuar en el Cuerpo.

Y el Director, que sin duda había sentido en el corazón una de esas sacudidas que las almas buenas deben sentir siempre, dijo:

- Déjeme usted ese expediente sobre la mesa, que tiempo tenemos para resolverlo.

Acabó su firma, que le ocupó hasta las siete de la tarde, se retiró fatigado a su casa, y según le he oído al referirme el caso, no se durmió tranquilo. Un hombre expulsado de una Corporación por la modesta suma de ¡VEINTICUATRO PESETAS!

Al día siguiente, a primera hora, hizo llamar al telegrafista, que se hallaba en Madrid, suspenso de empleo y sueldo, esperando su terrible sentencia. Se le presentó un hombre de modesta apariencia, de rostro simpático, de palabra sincera. Un desgraciado, me decía anteayer el exDirector, mi querido amigo.

Y con afable acento, sin echárselas de jefe, el Director le preguntó, como pudiera hacerlo un padre, cómo había podido llegar al triste caso de ser expulsado del Cuerpo de Telégrafos por tan poca cosa.

- Señor, - le dijo el infeliz - yo estaba en Cañete, tenia de sueldo tres mil reales al año con los cuales había de pagar la casa y alimentar a cinco personas, porque tengo mujer y cuatro hijos. Cayeron mis hijos enfermos de calenturas perniciosas. El médico del pueblo les recetó quinina, la quinina es muy cara, yo no tenía ninguna economía, ni era posible tenerla en mis humildes condiciones. Tomé hasta veinticuatro pesetas de los fondos recaudados en el telégrafo, con la intención, se lo aseguro a vuecencia, de reponerlas haciendo todos los sacrificios posibles.

"Pero se me pidieron cuentas antes de poder renovar los fondos, faltaba esa suma, declaré haberlas tomado para atender a la salud de mis hijos, y se me ha expulsado, señor se me ha expulsado, y me encuentro con mi carrera perdida, deshonrado, arruinado y con seis de familia. Haga vuecencia su deber, que yo, en cuanto tenga veinticuatro pesetas de sobra, haré el mío".

Don Juan Montilla (¿por qué no le he nombrar, aunque me cueste su amistad?), con lágrimas en los ojos sacó de su bolsillo veinticuatro pesetas, se las entregó y dijo:

- Pague usted enseguida. Que yo no firmo la ruina de nadie por tan poco dinero.


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