Las piezas macizas como ejes de ferrocarril o cañones de artillería pueden sufrir roturas internas que no son fácil de reconocer desde el exterior. Por eso, a finales de 1800 un militar francés (capitán Place) ideó "el esquiséfono" (de esquisé, hendidura, y fono, sonido). El aparato era una especie de detector ultrasensible rutinario pero, obviamente, sólo para el sonido, con lo cual estaba dotado de un micrófono y de un percutor, éste se movía en vaivén y chocaba contra la pared de metal, emitiendo un característico sonido según hubiese perforaciones o no, que podía ser detectado "por un oído entrenado", previa transmisión mediante el micrófono.
El esquiséfono disponía de una escala, por la cual se movía un carrete mostrando las diferentes variaciones, como apoyo visual al análisis del estado de la pieza. En cualquier caso era necesaria mucha práctica y entrenamiento por parte de los operadores (y un oído muy afinado) para obtener buenos resultados.
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