En este juego infantil se colocaban una serie de boinas en fila al pie de una pared y se lanzaba una pelota. El dueño de la boina en la que cayera la mencionada pelota debía echar a correr ágilmente hacia la misma y tirarle la pelota al lanzador, o de lo contrario recibiría una piedra. Quien tuviese tres piedras se iría de la partida y se repetiría de nuevo hasta que quedase un único jugador..., con su boina, que sería el ganador.
Es un juego en donde se deduce claramente la popularidad de las boinas (que podían ser pedidas prestadas a los mayores) y de las gorras entre la chiquillada. También se dice que entrenaba a los más pequeños a escapar corriendo de las consecuencias negativas de sus acciones (más bien cabría decir, gamberradas). Uno puede imaginarse a una notable cantidad de muchachos, todos ellos preparados para la carrera uno al lado del otro frente a la hilera de boinas, con el fin de hacerse con la pelota lo más rápidamente posible. Las voces y los gritos, por supuesto, también estaban garantizados.
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